Son originarias de México y Guatemala y se obtienen del interior de las flores de la planta de chía o salvia hispánica. Su tamaño es diminuto y las tonalidades de las semillas van del blanco al negro pasando por el marrón.
Los habitantes de México y Guatemala ya consumían y cultivaban estas pequeñas semillas antes de la conquista de América. Y su uso era tan común que se utilizaban como moneda.
Con la colonización de este continente su cultivo desapareció. Y no fue hasta la década de 1990 que se recuperó, con mucho éxito, en distinto países de América Latina.
Las semillas de chía están consideradas un superalimento porque son una gran fuente de omega 3 de origen vegetal, fibra soluble, proteínas, antioxidantes, calcio y vitaminas.
La fibra soluble o mucílago que encontramos en la chía es especialmente beneficiosa para las personas diabéticas pues ésta se hincha al entrar en contacto con los jugos gástricos y hace que el alimento se absorba lentamente, evitando las subidas repentinas de azúcar en la sangre.
Del mismo modo, el alto contenido en fibra ayuda a mejorar el tránsito intestinal y a sentirnos llenos durante más tiempo.
Las semillas de chía son un alimento con un alto porcentaje en proteínas de origen vegetal y no contienen gluten.
También son fuente de ácidos grasos omega 3, ideales para rebajar los niveles de colesterol y mejorar la salud cardiovascular. Además de contener vitaminas del grupo B, C y A y minerales como el calcio, el potasio o el fósforo.
El sabor de las semillas de chía es muy suave y su textura es muy crujiente.
Se pueden consumir crudas en ensaladas, zumos, leches vegetales, postres, yogur, etc. O como complemento en panes, galletas, hamburguesas vegetales o salsas.
Gracias al mucílago que contienen, estas semillas pueden absorber hasta 10 veces su peso en agua y formar una gelatina espesa. Por eso son ideales para elaborar cremas a partir de zumos o leches vegetales.
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